Por Esteban S.

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Al minuto 25 del primer tiempo todo parecía bien en el partido entre la Selección Mexicana y la de El Salvador, era sin duda un juego que los mexicanos estábamos obligados a ganar, incluso con un pitorreado arbitraje que dejara mucho que desear.

Pero luego, ¡ah!, algo sucedió, no sé con exactitud que fue, pero déjenme asimilarlo mmm… bueno, empataron y luego ¡¿qué?!, nos metieron un gol y mi autoestima decayó 9 puntos porcentuales según mi psicólogo, el cual me aconsejó no empatizar tanto con un equipo de futbol, aunque represente a un país en un torneo mundial. No logré comprender lo que me dijo después de eso durante nuestra sesión, y llegando a mi casa me tiré en la alfombra de la sala y mirando hacia el techo tratando de encontrar alguna revelación.

Jaja, en realidad no voy con ningún psicólogo, pero no hay duda que muchos de los aficionados al fútbol debieran de haber ido después del tremendísimo y estrellado fracaso de nuestra Selección Mexicana de Fútbol y luego de la trágica línea de desarrollo que nuestro equipazo ha tenido durante los últimos siete años (o más).

Ahora la pregunta es: ¿será posible que ahora si pueda viajar a Sudáfrica para ver a mí selección jugar dignamente y recobrar el 25° lugar en el ranking de selecciones de la FIFA?, no lo sé; aunque la verdad, no he preparado maletas, ni comprado boleto, ni flotis para nadar, porque a lo mejor me dejan plantado allá bien lejos, donde si no me comen los caníbales lo harán los tiburones.

¡Hay conejo!, ¿porqué no saltaste para el otro lado?



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